Yo no recuerdo tanto las cantaletas y sermones de mis padres. Lo que sí me marcó fue verlos practicar el respeto, la compasión y el amor cristiano.
De hecho, no puedo recordar ni un solo sermón de aquella iglesia donde me crié, pero cuánto recuerdo el abrazo de la pastora, Doña Celsa, al terminar el culto, en la puerta del templo. No te ibas sin sentir a Cristo a través de sus brazos.
Los valores se predican, pero cuando se practican, te marcan y te persiguen.
No es que yo sea una monjita de la caridad, pero sin duda esos valores han guiado mis pasos hasta aquí. Algunos, hoy más elásticos, y otros más rígidos, pero todos presentes.
Los valores puertorriqueños, como compartir una raja de aguacate con un extraño, y los valores judeocristianos, que incluyen amar a quienes no creen igual, hacen que al final te construyan por dentro un bonito edificio de sentimientos, que al ser practicados, nos hacen mejores gentes.
Confieso que no olvido el fuete que mami me daba en las nalgas y que hoy me recuerdan que la vida duele más. Hubiera preferido más nalgás de haberlo sabido.
¡De lo que se pierden los políticos de carrera! Porque hacerle el bien a la patria se premia por el pueblo, y si con un voto el pueblo premia a gente sin valores, se castiga a sí mismo.
Que vivan nuestros valores como hijos de una misma patria; esos valores que brillan durante un huracán…
Esos valores que, esta vez, por fin brillarán en la oscuridad de una urna…
Así nos ayude Dios…
Tremendo! Me recordó tantas cosas, no de Puerto Rico, pero si de Dominicana porque en nalgadas y valores tenemos muchas cosas afines. Gracias por escribirlo y compartirlo!